La Tisigua.
Desde los tiempos de sus ancestros náhuatls, los habitantes de Tuxtla Gutiérrez contaban la leyenda de una hermosa pero malvada mujer que se aparecía en el río Sabinal, concretamente dentro de las pozas que se formaban entre los troncos de los ahuehuetes. Antes. las aguas del río estaban limpias y cristalinas, no como ahora, que se han vuelto negras.
A los jóvenes les gustaba acudir para bañarse en ellas por largas horas, pero si no tenían cuidado, podían encontrarse con esta espeluznante aparición.
Cierto día, un muchacho acudió para darse un baño. Al estar en el agua durante un largo rato, pudo escuchar unas extrañas palmadas detrás de él. Sobresaltado, se dio la vuelta, solo para encontrarse con la hierba agitada de la orilla. Sin embargo, sentía que alguien lo estaba espiando. Intranquilo, continuó nadando y poco después escuchó otro ruido. Esta vez alguien silbaba.
Volvió a mirar y se quedó anonadado al encontrarse con una bella mujer, de piel blanca y pelo rubio, casi pelirrojo, muy semejante al fuego. Sus ojos eran azules y la única prenda que usaba, era una enagua transparente, tras la cual se adivinaba una silueta esbelta y sensual.
La mujer lo miraba con coquetería; el joven sintió hervir su sangre al instante, por el deseo de tener un romance con ella. Fue tras la extraña, que se escabulló como una víbora en medio de la maleza sin hacerse daño. En cambio, él se tropezaba y lastimaba con las espinas que surgían entre el hierbal, tenía miedo de pisar alguna culebra, pero no podía dejar de mirar a la muchacha.
Finalmente consiguió atraparla y los dos se besaron con pasión.
Al cabo de un rato, la mujer volvió a sumergirse en la poza y él hizo lo mismo, ansioso por abrazarla. La chica tomó su sombrero y lo lleno con agua. Al colocarlo en la cabeza del joven, el líquido se transformó en un lodo hirviente, del que manaba un intenso olor a azufre. Chilló de dolor. Ella rió con malignidad y se palmeó los muslos, burlándose de él.
Cuando el muchacho quiso reclamarle, se dio cuenta de que había salido del agua y ahora volvía a perderse entre la maleza. emitiendo una risa escalofriante. Fue en ese momento cuando perdió la razón.
Loco, balbuceando, trato de ir tras ella. Vagó por días en medio de la selva, desnudo, con la mirada extraviada y la boca abierta, hasta que lo encontraron unos hombres del pueblo.
Lo llevaron a la iglesia y también con curanderos, pero nadie pudo remediar su locura. El resto de su vida se la pasó vagando entre las casas, pidiendo comida de puerta en puerta y queriendo ver a aquella hermosa mujer, en los rostros de las amas de casa que por caridad le tendían un plato.
Por eso hasta el día de hoy, se advierte a los hombres que no deben bañarse solos en las pozas. La Tisigua vaga por ahí, en busca de alguien a quien pueda arrebatarle su cordura.